Colombia: un cementerio hinchado

Reseña de Cóndores no entierran todos los días (1971) de Gustavo Álvarez Gardeazábal

La novela de Gustavo Álvarez Gardeazábal es un clásico literario: su representación de la violencia bipartidista colombiana es netamente artística y no documental (tal como era tradición en nuestro contexto nacional).

Ya en 2021 se celebraron los cincuenta años de su primera edición. En su momento la obra obtuvo el Premio Manacor, presidido en ese entonces por el Premio Nobel de Literatura, Miguel Ángel Asturias. En 1984 Francisco Norden la adaptó al cine (véala en RTVCPlay). Además de sus múltiples ediciones nacionales e internacionales, la obra suma más de un centenar de ediciones piratas. Ella es lectura obligada en colegios y universidades y su recepción académica –dentro y fuera del país– ha sido profusa, constante y significativa.


“Escribí Cóndores como una novela”

Lo que más admiro de esta novela es su narración: la voz de un vecino de Tuluá que recuerda lo sucedido... Esa voz parece saberlo todo, aunque muchas de sus palabras suenen a exageración y a habladuría. Se focaliza en un conjunto amplio de diferentes personajes y, así: la novela resulta coral y –de ninguna manera– maniquea (otra costumbre de la literatura de ese entonces).

El narrador se concentra en tres personajes que parecen tener el mismo destino: la inconmensurable tragedia a repetirse. Esos personajes son: León María Lozano, Tuluá y la Violencia.

León María Lozano fue un anodino habitante de Tuluá, conservador, taimado y fanático, quien logró imponer su parecer a toda su familia, a sus vecinos y a la nación entera. La novela cuenta la manera en que un pueblo ignorante le cedió el poder a ese único hombre, y la manera en que ese poder se le escapó de las manos y lo desbordó: León María Lozano conformó un grupo de asesinos denominado “Los pájaros” que –tal como lo hacen ahora mismo los paramilitares–, asesinó a 3.569 personas. Y antes de ser asesinado, León María Lozano fue condecorado por el gobierno de turno –de la misma manera en que hoy son galardonados los que ordenan y perpetúan masacres. Podríamos decir, en pocas palabras, que la novela narra la vida y obra del asesino, adalid y ejemplo de una nación motivada por la ignorancia, la injusticia y el constante deseo de venganza.

La novela parece haber sido escrita para que no olvidemos las masacres y los muertos, para que las tragedias no se repitan; sin embargo, como ya lo hemos dicho en las reseñas de Cepeda Samudio, Soto Aparicio y otros: este fracaso de país que somos, esta imitación de democracia parece esforzarse en repetir –una y otra y otra vez– su eterno presente de muertos. Hoy, para muchos, León María Lozano parece un buen muchacho, un héroe de la patria: un patriota; mientras tanto, Colombia parece una fosa común abierta, un cementerio hinchado: los cadáveres se han ido apilando y ya no queda espacio ni en sus ríos, ni en sus campos ni tampoco en sus ciudades.

Cierro con una sentencia de la obra, casi un axioma:
El gobierno era algo igual a los pájaros y los pájaros algo igual al gobierno (138).

 Álvarez Gardeazábal, Gustavo.
Cóndores no entierran todos los días (1971 [2021]).
Medellín: Ediciones UNAULA, 167 p.

Comentarios

  1. Qué buena reseña, Gustavo. Muchas gracias!

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  2. Es muy gratificante seguir releyendo -a mi parecer- la gran literatura colombiana del siglo xx. Gracias por compartir, profe Gustavo!

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    1. Hola Cristian. Sí, tienes razón, y creo que también es una especie de necesidad, social-literaria-académica, la relectura de la que hablas. ¡Un saludo!

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