Colombia: una antología de sus violencias y sus muertos

Reseña de la antología: La horrible noche. Relatos de violencia y guerra en Colombia (2001), de Peter Schultze-Kraft

Peter Schultze-Kraft (1937) es un reconocido traductor literario, del español al alemán; así como un prolífico autor de antologías, varias de ellas dedicadas a la literatura colombiana.

Según sus propias palabras, en 1969, cuando compuso su primera antología: El duelo y otros cuentos colombianos, pensó que la violencia de Colombia atravesaba un periodo de “lucha”, al que pronto le seguiría un periodo de “convivencia”; sin embargo:
Los decenios pasados desde entonces permiten juzgar que me equivoqué con esa interpretación ya que la violencia sigue rampante y omnipresente en la cotidianidad colombiana. Lo trágico es que no se trata de una sino de muchas violencias simultáneas (9).
Su segunda antología: Cuentos colombianos de la guerrilla (1977) fue concebida como una historia literaria del origen y el desarrollo de las guerrillas. El autor siguió los postulados del sociólogo Orlando Fals Borda, quien piensa que la subversión surge cuando una sociedad necesita un cambio estructural. Peter Schultze-Kraft se permite citar a Richard Shaull: “todavía adoramos a un Cristo tan subversivo que los dirigentes políticos y religiosos de su tiempo le mataron” (10). Ahora bien, dado el hecho de que en Colombia las guerrillas fracasaron como respuesta social, el autor de la antología se pregunta:
Hoy, ante el montón de escombros en que terminaron convertidas aquellas esperanzas, tengo que admitir que me equivoqué una vez más. ¿O fue que la utopía era buena y que fallaron los que se proponían realizarla? (10).

 

La antología

En su tercera antología –la que aquí reseñamos–, el autor se propuso ampliar el horizonte histórico para comprender el conflicto colombiano como un proceso de larga duración, que empieza con la guerra de los Mil Días y continúa hasta la época del narcotráfico y el sicariato, pasando por la Masacre de las Bananeras y el periodo de la Violencia bipartidista.

Así, esta antología recopila 33 muestras literarias, escritas por 26 autores. Aunque cada muestra merece una reseña particular, por el momento bastará decir que la antología está compuesta de fragmentos de novelas, cuentos y minicuentos; tanto de autores clásicos, como de autores nóveles. Por ejemplo, aparecen en la antología capítulos de las novelas de Héctor Rojas Herazo, Álvaro Cepeda Samudio y Gustavo Álvarez Gardeazábal; así como cuentos, ya clásicos, de Hernando Téllez, Roberto Burgos Cantor y Andrés Caicedo; además de textos de los reconocidos Germán Espinosa, Arturo Alape y Alfredo Molano; junto con cuentos de Pablo Montoya y Antonio Ungar; en ese entonces, dos escritores de 38 y 27 años, respectivamente.

La gran mayoría de los textos escogidos hacen uso del realismo, sin embargo, también se incluyen algunas muestras que ahondan en los aspectos psicológicos de los personajes, así como algunos textos alegóricos y surrealistas; es el caso, por ejemplo de: “Por eso yo regreso a mi ciudad”, de Andrés Caicedo, donde se narra la historia de un hombre que se recluye en casa para escapar de la violencia que se vive afuera; o, “Noticia del futuro”, de Nicolás Suescún, donde se cuenta la historia de una guerra, sin cuartel, pero no entre personas, y sí entre insectos y roedores; así como el cuento: “Un circo llamado Oskar (una de las ciudades llamadas Bogotá)”, de Antonio Ungar, donde se narra la historia de un circo pobre donde todos se matan y ríen.

En muchas de estas muestras literarias hay ciertas imágenes recurrentes: ejecuciones, asesinatos a sangre fría, así como saqueos, violaciones y decapitaciones. Tan frecuente la imagen de los gallinazos que sobrevuelan los poblados llenos de cuerpos hinchados y pútridos, como la imagen del sicario que huye en su motocicleta, rápido, por en medio del tráfico de la ciudad. De la misma manera, en el capítulo de novela “Ana Joaquina Torrentes”, de Gustavo Álvarez Gardeazábal, se narra la matanza de 143 liberales y la manera en que los sobrevivientes se convierten en sombras; en “El festín”, de Policarpo Varón, la narración se centra en una matanza que dura siglos enteros, mientras los gallinazos se dan un festín sin igual; y en “Templanza Lasprilla”, también de Gustavo Álvarez Gardeazábal, se narra la historia de una niña –huérfana de la guerra–, que se convierte en una asesina de mascotas e, incluso, de las personas que la quieren.

Además de las recurrentes imágenes dantescas: un río de muertos, una recua de mulas cargando un sinnúmero de cadáveres, y un cuerpo humano en el interior de diversas bolsas plásticas, etc., en estas muestras literarias se suceden, reiteradamente, los personajes que son víctimas inocentes del conflicto, aquellos que sin pertenecer a ningún frente son heridos y asesinados: en muchos casos jóvenes que han abandonado sus estudios, pero también campesinos desplazados, obreros y desempleados. Por ejemplo, en “Espuma y nada más”, de Hernando Téllez, podemos escuchar los pensamientos de un barbero que debe atender a su enemigo:
Maldita la hora en que vino, porque yo soy un revolucionario pero no soy un asesino. ¡No, qué diablos! Nadie merece que los demás hagan el sacrificio de convertirse en asesinos. ¿Qué se gana con ello? Pues nada. Vienen otros y otros y los primeros matan a los segundos y éstos a los terceros y siguen y siguen hasta que todo es un mar de sangre (103).
Una de las imágenes más notorias y repetitivas, de muchos de estos relatos, es la de los integrantes de las fuerzas armadas, sean policías o militares, quienes actúan con las armas, los conocimientos y la autoridad que han recibido, pero actúan en contra de los civiles, al margen de la ley, es decir: actúan de forma paramilitar. Es el caso, por ejemplo, del cuento “El nuevo orden”, de Arturo Echeverri Mejía, en el que un capitán asume la dirección de un pueblo, con la orden de utilizar la fuerza para que todos los habitantes del lugar pertenezcan al partido político del gobierno de turno. En “El puesto de policía'', de Miguel Torres, se cuenta la historia de un asesino que alquila el arma de dotación de un policía corrupto. Asimismo, en “Los chulavitas”, de Próspero Morales Pradilla, se narra la manera en que éstos se toman un pueblo y obligan a traspasar las tierras a nuevos dueños. Visten uniformes verde oliva y roban, violan y asesinan a la oposición:
La verdadera ley marcial, que consiste en mandar al carajo a cuanto individuo pueda tener aspecto de subversivo y en sacar nuevas copias de las notarías, para que los antiguos propietarios no aparezcan en los títulos borrados por el tiempo y por la historia, entregando, de esta manera, el dominio de los predios urbanos y rurales a los nuevos dueños, legitimados por la fuerza del orden que está amparada por el tricolor y debidamente autenticada con el sello de la República (94-95).
Para terminar, podríamos decir que la antología ofrece un conjunto amplio y diverso de muestras literarias sobre el tema de la violencia y las muertes que ella produce (quizás, algún lector se extrañe porque la antología no incluye ningún ejemplo, de ninguna escritora). En las narraciones recopiladas, la violencia se expone como protagonista, y no como acontecimiento. La caracterización de la violencia sin sentido parece decirnos que en Colombia sólo ha existido una sola guerra y una sola violencia que ha venido recibiendo un sinnúmero de nombres a lo largo del tiempo.

Palabras finales

En el “Prólogo” de la antología, el autor expresa su deseo de que Colombia tome una dirección contraria a la que su literatura ha venido exponiendo. Aquí sus palabras:
A pesar del pesimismo de los propios colombianos creo que el país no está perdido. La salvación, claro está, no podrá venir ni de la guerrilla, ni de los paramilitares, ni de la clase que ha venido detentando el poder (12).
El autor asegura que la respuesta vendrá de nosotros, los colombianos, cuando aprendamos a convivir con los conflictos, inmersos en una cultura que nos permita verbalizar los desafueros sin que nuestras vidas corran ningún riesgo.

¿Cuál será la opinión del autor alemán al saber que, incluso, luego de la firma del Acuerdo de Paz, los colombianos nos seguimos matando?, ¿y que después de más de dos meses de marchas y protestas, y de todas sus consecuencias, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) haya tenido que recomendarle al gobierno de turno iniciar un “diálogo genuino”, además de otras 40 recomendaciones que propenden por el respeto a la manifestación y a la vida de los ciudadanos? O en pocas palabras: ¿cómo es posible que a un gobierno que se hace llamar democrático se le recomiende NO atacar a sus ciudadanos?

No es una sorpresa que gran parte de nuestra literatura se haya enfocado en la violencia y la muerte. Ella, como si se tratara de un ser omnipresente, está en todas partes y –a veces– es la única respuesta, incluso del Estado y sus propias instituciones.


Además de las antologías aquí aludidas, Peter Schultze-Kraft compuso la antología Y soñaban con la vida (2002), en la que el autor cree que los colombianos no nos conformamos con la violencia y queremos trascenderla (de allí que el título haga mención exacta a las palabras finales de La metamorfosis de su excelencia, de Jorge Zalamea).

Ojalá, en esta ocasión el autor no se equivoque, aunque el tiempo transcurrido desde la publicación de su antología, al día de hoy, parece reafirmar su error o, por lo menos, parece decirnos que aunque queramos trascender la violencia, ella sigue siendo nuestra realidad presente.


Schultze-Kraft, Peter.

La horrible noche. Relatos de violencia y guerra en Colombia (2001) Colombia: Seix Barral, 271 p.

Comentarios

  1. Acaso debemos sufrir el horror de la violencia para siempre? Será que algún día tendrá final?.
    Sólo sé que ¡ O callamos, o nos callan!.Aunque nuestras voces griten dentro de nuestro corazón y nuestra mente.
    Queremos un futuro diferente, queremos que la realidad cambie, pero que podemos hacer, sómos títeres en manos de un gran bufón.

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    1. Ojalá algún día, por fin, cese la horrible noche. Un saludo.

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  2. la radiografiar de un país violento, solo cambiaría cuando todos y mas los jóvenes entiendan que el valor de la palabra es muy importante, que la violencia genera mas violencia, que el amor vence el odio, que se debe expresar lo que se siente...

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    1. Poder expresar nuestras ideas sin que nos hagan daño, sí. Margoth, gracias por tomarte el tiempo de leer y comentar. Un saludo.

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