20 de julio de 2025
Recuerdo que en el año 2003 me encontré con la novela Hoy recuerdo la tarde en que le vendí mi alma al diablo (era miércoles y llovía elefantes), de Tito Matamala. La leí y me gustó mucho. Ninguno de mis conocidos sabía nada de ella ni sobre el autor. Quise escribir como él, imitarlo. No pude. Solo logré esta pseudo reseña que me publicaron en La Palabra, Periódico Cultural de la Universidad del Valle (Año 12, No. 127). La reproduzco tal como la escribí en su momento.
Por cierto, busqué mi ejemplar, pero no lo encontré. De seguro lo perdí en algún trasteo. No lo sé.
Reseña de la novela Hoy recuerdo la tarde en que le vendí mi alma al diablo (era miércoles y llovía elefantes), de Tito Matamala
Tito Matamala, escritor y periodista chileno, ha publicado novelas y cuentos, de entre ellos sobresalen: Yo la amaba, pero eso no era lo más ridículo (1993). Hoy recuerdo la tarde en que le vendí mi alma al diablo (era miércoles y llovía elefantes), por las que recibió el Premio Revista de Libros de El Mercurio en 1995. De cómo llegué a trabajar para Carlos Cardoen (1996), El manual del buen bebedor (1999), Calumnias y otras infamias (2001), Historia del bar la Trivia (2002), entre otras.
Habitada por pelagatos y muertos de hambre, una ciudad ha sido olvidada al mismo tiempo que la lluvia no deja de caerle. De su geografía los bares son los únicos recuerdos que poseen tres tristes tigres, ebrios de profesión, sin virtudes que perder y vendiendo hasta lo invendible (si acaso eso es posible). Quieren extinguir la sed de alcohol que les impide existir. A Claudio Solo por puro borracho, a Pancho Skywalker por ser un inmortal, y al protagonista para olvidar a aquella mujer blanca con sus atuendos de pájaro negro y esos ojazos de incredulidad estepárica: en definitiva: saciar la sed de alcohol y de efluvios entrepiernescos.
Para ello visitan uno a uno todos los bares de mala muerte donde empeñan cualquier cosa que no hayan vendido ya, y donde beben hasta despertar en un hotel de una estrella. Vino, martini, whisky, ron, tequila, vodka, cerveza, etc., etc., etc., etc. Cualquier objeto que posean vale siempre y cuando pueda ser vendido o intercambiado por copetes. A esto se dedican en el día, luego del guayabo, hasta recoger lo suficiente y poder visitar el Nuria, el Farolito, el Camboriú… Los bares son los templos de quienes practican esta religión que no se nombra…
Y así, un día, antes del miércoles, el protagonista –mientras intenta llevar sus memorias en las servilletas de los bares–, decide poner un clasificado en el diario: Alma, año 63, regular estado, Vendo, precio conversable. Tratar Víctor Lamas 1231. Y es justo el miércoles, en medio de la ya tradicional lluvia, en que Alfonso Benavente, Corredor de Almas, llega a su casa y pregunta por el aviso. Lo que hace distinto aquel día es la lluvia de elefantes, el hecho de haber vendido lo invendible, y la clara conciencia de descubrir que la causa de la lluvia que no se detiene es por la presencia de la mujer de alas negras; pues: "Bastaba saber el informe meteorológico del continente, para saber dónde estaba ella".
Su alma por un trago eterno que durará hasta saciar la sed de alcohol y de mujer. Su alma por una mujer esquiva que se desmorona en el recuerdo y en los sueños como aquella ciudad de Suramérica, que envejece y es olvidada, sin ton ni son, en medio de la lluvia que anuncia su presencia amada y odiada. Víctor Lamas, el protagonista, cuando todos los días eran mucho más iguales que el día anterior, decide quedarse solo en la ciudad, bebiendo, pues aunque no fue el más bebedor, sí fue el más cediendo; llevando consigo la letra de cambio de su alma y la última esperanza de bohemio de ver la lluvia y caerle y quemarle los ojos.
Matamala, Tito.
Hoy recuerdo la tarde en que le vendí mi alma al diablo (era miércoles y llovía elefantes).
Editorial Mondadori, 1995, 135 p.
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