“¡Que os den, pedazo de hijoputas!” (157)

Reseña de “La ciudad del silencio” (2011) de Ma Boyong

Este cuento hace parte de la antología Planetas invisibles (2017), antología que ya he reseñado aquí. En su momento hice referencia al contenido distópico del cuento: una sociedad en la que las “autoridades pertinentes” controlan a su ciudadanía. Este gobierno le “recomienda” a la gente permanecer en sus casas, trabajar frente al PC, limitar el contacto humano y, sobre todo: guardar silencio.

Sigo pensando que la mayor opresión que un estado totalitario puede ejercer sobre la gente recae en el lenguaje. Recordemos la “nuevalengua” en 1984 (1949), de George Orwell, o más recientemente: los voltios que afectan a las mujeres que pronuncian más de cien palabras diarias en Voz (2019), de Christina Dalcher. En “La ciudad del silencio” la opresión distópica también recae en el uso del lenguaje y de allí la relevancia de su título. En el cuento el gobierno ha decidido prohibir el uso de ciertas palabras, pero cuando el ingenio de la gente logra evadir la restricción, el gobierno obliga al uso exclusivo de unas cuantas palabras, las cuales van ¡disminuyendo! con el paso de los días.

El control del lenguaje se apoya en la tecnología que censura el uso de palabras y expresiones en la Red (se debe tener en cuenta que los computadores están sellados, nadie conoce sus componentes, ni mucho menos su software instalado en la nube. Los archivos de los usuarios e, incluso, los movimientos de mouse quedan igualmente registrados). En la vida diaria el control se ejerce gracias al uso del “Fisgón” (Listener), un auricular portátil, de uso exclusivo y obligatorio que controla lo que la gente dice y escucha. Al final de la historia las “autoridades pertinentes” se superan a ellas mismas con la utilización del “Fisgón activo”, un nuevo artilugio mucho más efectivo que su antecesor.

Dadas las restricciones sobre el lenguaje los ciudadanos del cuento van a preferir guardar silencio. Sin embargo, creo que el relato nos advierte del riesgo que esto conlleva. El silencio es permisivo: consciente lo injusto y lo convierte en algo normal; por su parte: el lenguaje ofrece resistencia y puede convertirse en oposición. Así sucede, por ejemplo, con un grupo de personajes que crea una pequeña asociación rebelde: un “Club de Charla” donde pueden pronunciarse contra las autoridades. La expresión que he utilizado como título de esta reseña es, justamente, la que algunos personajes pronuncian cuando tienen la oportunidad de desahogarse.

Las “autoridades pertinentes” quieren que los ciudadanos guarden silencio, que se queden callados siempre. Quieren controlar lo que cada quien puede y debe decir. Tengamos en cuenta que en un país como el nuestro, el gobierno de turno está dispuesto a silenciar por siempre a su ciudadanía disonante.

Adenda: “En la ciudad del silencio” la libertad humana también está limitada en su aspecto sexual. En esta sociedad la frecuencia y la duración del coito se determinan según la edad, la condición física, el nivel de renta, las profesiones y los antecedentes judiciales de los implicados, además del medio ambiente y el clima. La sexualidad es legal dentro del matrimonio; y la pornografía y la masturbación están prohibidas, incluso, entre los solteros.

Ma Boyong.
“La ciudad del silencio” (2005 [2011]).
En: Planetas invisibles. Madrid: Alianza Editorial, 2017, pp. 147-190.

Comentarios

  1. ¡No puede ser! Es como el cuento que pensé en su momento; pero mejor. ¡Gracias por la reseña!

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    1. ¡John! Gracias por leer. ¿Cuándo me hace llegar el cuento? Un saludo gigante.

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